La clave de la digitalización no es la tecnología, son las personas y la evolución de la cultura organizativa. Esta no es una decisión a la ligera. Ni una moda. Ninguna compañía podrá prosperar si no aprovecha todo el potencial que la tecnología le ofrece, especialmente en sectores como el energético, donde las posibilidades de avance son enormes gracias, por ejemplo, al denominado Internet de las Cosas, que permite avanzar en el aprovechamiento tecnológico en favor de una mayor eficiencia en las infraestructuras de la energía y, por tanto, en un mejor servicio a la sociedad y al medio ambiente.
Dice Deloitte en el artículo “Cómo puede gestionar con éxito su transformación digital”, que la adopción de las herramientas que ofrece la digitalización ya no es una “oportunidad estratégica, sino una cuestión de supervivencia”. Según los informes de esta consultora, las empresas que mejor lo hacen tienen hasta un 30% más de beneficios en el largo plazo.
Los efectos de la digitalización no pueden circunscribirse a un área concreta. Pero si hay un aspecto en el que esta cuestión ya es clave y tiene enorme un potencial disruptivo (en el mejor sentido de esta palabra) es en el de la gestión del talento: la organización de los recursos humanos, el aprovechamiento de las mejores virtudes de un equipo, la búsqueda de la pieza que falta en el engranaje de una empresa o la mejora de la satisfacción de los empleados. En resumen, los datos y la tecnología al servicio de las personas. Las mejores empresas se definen por sus empleados y los mejores empleados son los que construyen esas empresas.
Otra consultora, McKinsey, señala en un informe sobre “Tecnología, empleos y el futuro del mercado laboral” que la falta de información o la lejanía geográfica eran obstáculos que en el pasado separaban a una empresa de su potencial empleado y a un candidato frustrado del trabajo de sus sueños. Afortunadamente, cada día esos obstáculos se nos presentan menos amenazantes gracias a la tecnología.
Del mismo informe de McKinsey extraigo algunos datos y reflexiones interesantes: entre el 30 y el 45% de la población en edad de trabajar en todo el mundo está “infrautilizada” (desempleada, inactiva, con empleos precarios…); hablamos de más de 850 millones de personas. El 40% de las empresas declara que tiene vacantes que no puede cubrir por falta de candidatos con los conocimientos que esos puestos requieren.
Una encuesta en LinkedIn nos deja una cifra para la reflexión: un 37% de los encuestados decía que su actual puesto está por debajo de sus posibilidades y no supone un reto suficiente. Sólo con que una pequeña fracción de ese enorme potencial que ahora está infrautilizado se pusiera en movimiento, los beneficios personales y sociales serían inmensos.
No debemos tener miedo. En los últimos años, las noticias sobre tecnología y mercado laboral han tenido en demasiadas ocasiones un tono pesimista. Y sí, hay enormes retos, para empresas, trabajadores y para la sociedad en su conjunto.
Tendremos que resolver enormes dificultades. Un proceso así es ilusionante, pero no sencillo. Eso sí, igual que en el pasado los avances tecnológicos han servido para dar un impulso a nuestra calidad de vida, no hay ningún motivo para pensar que no vaya a pasar lo mismo en las próximas décadas.