Emisores Españoles, en la celebración de su decimoquinto aniversario, me brindó la oportunidad de moderar la mesa redonda Logros del mercado de valores desde la óptica del regulador con tres expresidentes de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) de los últimos veinte años. Así, tuve el privilegio de conducir la conversación entre Manuel Conthe (que estuvo al frente del organismo entre 2004 y 2007), Elvira Rodríguez (2011-2017) y Sebastián Albella (2017-2020).
Fue un rato francamente interesante el que compartí con ellos, y un placer escuchar cómo nos ven a las compañías cotizadas desde la experiencia y perspectiva de sus mandatos, que coincidieron con distintas etapas de mi presidencia de Enagás.
El actual Presidente de la CNMV, Rodrigo Buenaventura, ya nos había lanzado una primera reflexión de interés en la inauguración, destacando que tenemos cotizadas cada vez más fuertes, profesionalizadas y alineadas con los intereses de los accionistas y demás grupos de interés, pero que, a la vez, cada vez hay menos cotizadas: en concreto en Europa un 35% menos que en 2001. Y defendió que para financiar las enormes inversiones por acometer —y mencionó en este punto el reciente Informe Letta, que apunta entre otros temas a las infraestructuras energéticas— la economía europea necesita más que nunca a los mercados de valores, a los mercados públicos.
Going public, así se denomina en el mundo anglosajón salir a cotizar en Bolsa, y así es, en cierto modo. Cuando una empresa sale al parqué, su exposición pública se incrementa de forma muy notable, y pasa a estar sujeta a un mayor escrutinio por parte de inversores, analistas, reguladores, periodistas… a estar, en definitiva, por encima del radar. Porque las cotizadas adquirimos un compromiso máximo con la transparencia y la veracidad de la información para que todos los actores del mercado puedan actuar en consecuencia.
Lógicamente, estar en Bolsa ofrece también incentivos de interés para una compañía, como el refuerzo a su estructura de capital y opciones de crecimiento, la visibilidad, el fortalecimiento de su reputación y marca o la posibilidad de captar y mantener al mejor talento, gracias al atractivo que supone el trabajar en una empresa cotizada. Y cotizar supone también una oportunidad que abordamos ampliamente en nuestra mesa de debate: fortalecer un activo cada vez más valioso para cualquier organización, el gobierno corporativo.
El Buen Gobierno evidencia la calidad institucional de una compañía y facilita la consecución de sus objetivos, ayudando a consolidar la confianza de los inversores y de la sociedad. Ese intangible vital y delicado, la confianza, es la clave de los mercados de valores ya desde sus orígenes, que en España se sitúan en lonjas como la de Barcelona.
Como se recordó durante el debate, en nuestro país el pistoletazo de salida del gobierno corporativo lo dio el informe Olivencia de 1998, que puso las bases de lo que años después, en 2006, articuló el Código Unificado de Buen Gobierno de las sociedades cotizadas. En este sentido, me quedo con una idea fundamental: durante las últimas dos décadas el gobierno corporativo ha evolucionado de forma muy reseñable a la par que nuestra sociedad y ha integrado con éxito variables medioambientales, sociales, de diversidad… si bien la clave sigue siendo la misma: rigor y transparencia. Y una más que comparto: el sentido común, que debe ser uno de los atributos que han de impregnar la gobernanza empresarial.
En Enagás hemos participado en primera línea de esta evolución del gobierno corporativo desde que en 2002 salimos a Bolsa y empezamos a cotizar en el Ibex 35. Nuestro compromiso con las mejores prácticas durante estos más de 20 años lo avalan hoy reconocimientos como el de AENOR, que nos ha otorgado la máxima calificación, G++, de su Índice de Gobierno Corporativo 2.0. O, y esto es un motivo de verdadero orgullo, que más de la mitad de los profesionales de Enagás confíen también en la compañía como accionistas, tras adherirse al programa de retribución flexible que lanzamos en febrero.
Confianza y diálogo entre una organización y sus stakeholders, sean estos los empleados o el supervisor, unidos por un objetivo común: hacerlo bien, porque esto se traducirá en beneficio para todos y para el conjunto de la sociedad.