Imagen: Joan Manel
En los últimos meses, con la energía en el centro de todas las conversaciones, he tenido la oportunidad de participar en numerosas mesas redondas y foros en los que profesionales del sector hemos tratado —con toda la humildad, porque incertidumbre es la palabra que más se repite— de poner algo de luz a la situación energética actual. Algunos de esos encuentros han sido con empresarios de la industria, y escucharles ha merecido una reflexión especial por mi parte.
Durante mi infancia en Barcelona, al salir del centro de la ciudad las industrias formaban parte de la fisonomía de lo que hoy son barrios residenciales como Poble Nou, Sants o Sant Martí. E incluso también había fábricas y talleres en áreas más céntricas, como el Barrio Gótico y El Raval. Entre los sectores clave de la Barcelona de los años 50 y 60 estaban el textil, el químico, el alimentario o el metalúrgico, industrias que con unas tecnologías que nada tienen que ver con las actuales, fueron la base del empleo y el desarrollo económico y social de la ciudad en aquella época.
En los últimos años, muchas de esas industrias, no solo en Cataluña sino también en el resto de España, han desaparecido en algunos casos y, en otros, afortunadamente, están consiguiendo, haciendo un esfuerzo exponencial, transformarse y adaptarse a las nuevas necesidades y a requerimientos de todo tipo: operativos, laborales, de negocio, regulatorios y medioambientales. Esto se resume en una palabra que para mí mantiene, invariablemente, un significado positivo: progreso.
Cualquiera que viaje por Centroeuropa puede comprobar que las fábricas (recordemos que “fábrica” viene del latín y significa “crear, construir”) siguen siendo parte importante del paisaje. Si en España queremos ser un país a la vanguardia, también debería ser así. Necesitamos fábricas de cerámica, de aluminio, de vidrio, de papel, de microchips, de electrolizadores —por citar una industria clave en este momento del sector energético—… fábricas, en definitiva, en las que se producen muchas de las cosas que consumimos. Si queremos fortalecer y posicionar a nuestras economías no podemos dejar de tener fábricas, o lo que es lo mismo, industria.
Tenemos que escuchar a la industria, que es la originadora de empleo, bienestar y progreso. Y esto nos aplica especialmente a las empresas energéticas. Escuchemos a la industria cuando nos dice que los precios de la energía derivados de la coyuntura actual hacen que, en algunos casos, no les salga rentable producir en España o en Europa. Y trabajemos juntos para buscar soluciones y para ayudar a que situaciones coyunturales no se conviertan en irreversibles. Como país, no podemos consentir que algunas industrias se vean abocadas a echar definitivamente el cierre, porque con ellas está muriendo parte de nuestra riqueza.
En España, el consumo de gas por parte de la industria cayó un 23,3% en 2022 y esto se explica, en gran medida, por la escalada de precios que se desató a raíz de la guerra de Rusia contra Ucrania. Todo apunta a que, con las señales de precio adecuadas, la industria volverá al gas, y sobre todo y muy importante, acelerará su adaptación al hidrógeno verde.
Este es un objetivo clave para no interrumpir, sino impulsar, los esfuerzos que la industria española viene haciendo por descarbonizarse y por innovar e incrementar su competitividad en el mapa europeo y mundial. Un camino que, desde la colaboración a todos los niveles, tenemos que facilitarle.
Europa está trabajando en algunas medidas como el Carbon Border Adjustment Mechanism, un impuesto en frontera para que los productos producidos en Europa y sujetos a unos estándares medioambientales muy exigentes no se vean penalizados frente a productos de fuera de la UE que no cumplen esos estándares y, por tanto, tienen unos menores costes de producción. No se trata de proteccionismo, sino de homogeneizar las reglas del juego para que sean justas con una industria europea que está invirtiendo para ser más limpia y sostenible.
En esta línea está también el Green Deal Industrial Plan de la Comisión Europea en el que se enmarcan las propuestas legislativas e iniciativas de hace unos días como son la Net-Zero Industry Act, la Critical Raw Materials Act y, también el Banco Europeo del Hidrógeno. Actuaciones que tienen como objetivos reducir la dependencia de terceros países en tecnologías y materias primas críticas para el Green Deal y el plan REPowerEU, y así reforzar la capacidad manufacturera de Europa y su resiliencia. Del mismo modo, en España el Gobierno está trabajando en esa dirección en el marco del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, que incluye una Política Industrial Española 2030 y medidas muy concretas como el PERTE de Descarbonización Industrial.
Estas son iniciativas muy positivas y el conjunto de actores públicos y privados tenemos que seguir escuchando a nuestra industria y colaborando con ella para evitar la deslocalización y la excesiva dependencia exterior. Porque igual que hablamos de la importancia de la soberanía energética en Europa a raíz de esta crisis, también tenemos que impulsar la soberanía industrial, palanca clave para incrementar la autonomía estratégica española y europea.