Si siempre es arriesgado aventurarse a hacer predicciones sobre cuestiones del orden económico, político y social, este año resulta más difícil todavía. En esto pensaba hace unos días cuando participaba en el foro que organizó El País y KREAB con la idea de poner sobre la mesa los desafíos que nos esperan en 2021.
Coincidía con mis compañeros de mesa en que la única certeza de cara al futuro es que se va a mantener la incertidumbre y en ese contexto es en el que tenemos que operar. Las empresas que hemos sobrevivido en estos meses a la crisis mundial que ha provocado la COVID-19, estamos trabajando en la recuperación y en hacer que esa recuperación sea duradera y sostenible.
El otro día leí un artículo firmado por la presidenta de la U.S Chamber of Commerce, Suzanne Clark, en el que hablaba de una recuperación tras la Covid-19 en forma de “K”, con lo que esto significa. «Lo que estamos viendo es una recuperación que será vigorosa para algunos sectores, mientras que otros se mantendrán en caída libre”. Según esta interpretación, podría darse una recuperación que incrementase las desigualdades entre sectores, pero también entre países y entre personas. Tenemos que sentar las bases para que esto no suceda.
Si algo ha puesto claramente de manifiesto esta pandemia, es que en este mundo conectado, no hay cabida para actuar ni pensar de manera aislada. Por ello, para atenuar los efectos provocados por la COVID-19 y lograr una recuperación sostenible para todos y duradera en el tiempo, llegar a acuerdos básicos, tanto a nivel nacional como europeo, e incluso mundial, resulta totalmente decisivo. No hay que olvidar que esta “lucha” no es de “unos contra otros” sino de “todos contra uno”.
Reforzar el multilateralismo y la colaboración entre países es vital para afrontar los retos que tenemos por delante. Como europeísta convencido, la colaboración estrecha entre los países de la UE al principio de la pandemia podría haber sido decisiva para afrontarla mejor. El esfuerzo de varios países y en concreto del Gobierno de España ha hecho que Europa haya vuelto a actuar como una verdadera Unión al aprobar el Plan de recuperación para Europa, el mayor programa de ayudas en la historia de Europa.
En el caso de España, este plan de la UE es una oportunidad para impulsar “proyectos tractores”, que sean transformadores de la economía española. Es importante apoyarnos en la innovación con un ambicioso y a la vez sólido plan de inversiones, cuyos recursos vayan dirigidos a un desarrollo tecnológico de una cadena de valor completa. Han de ser proyectos que atraigan inversión y sean generadores de empleo estable. Para ello tenemos que contar con regulaciones adecuadas y proporcionadas porque competimos en un mundo global.
A este escenario se une el proceso de descarbonización, que es incuestionable y puede ser una palanca para fomentar este tipo de proyectos a los que me acabo de referir. Un desafío que también ha de promoverse de forma global y con un objetivo común porque de otra manera se puede ver afectada la competitividad de nuestras industrias. Así lo recoge Alemania en el informe For a strong Steel industry in Germany and Europe sobre la descarbonización del sector del acero alemán, donde concluye que la descarbonización o es un compromiso global o la industria alemana perdería competitividad.
Acabo con una mención a la Agenda 2030, de la que esta semana celebramos su 5º Aniversario, porque puede ser fundamental como eje vertebrador en los planes de recuperación. “Cuando los gobiernos se han unido, los resultados han cambiado la vida de las personas, con grandes avances en el acceso a la salud y la educación, en la lucha contra la pobreza extrema y el hambre”, dice Fabrizio Hochschild, Secretario General Adjunto de Naciones Unidas, en un artículo publicado por la Red Española del Pacto Mundial.